jueves, 28 de abril de 2011

Ana Maria Matute


O "la Matute", como ella misma se llama, por fin ha recibido el Premio Cervantes.
Su discurso la tenía preocupada y bien que lo entiendo. Con mucha gracia empezó disculpándose "por no saber hacerlos" : hubiera preferido escribir tres novelas de corrido y veinticuatro cuentos, antes que un discurso, así que ustedes me perdonarán".

Esta "niña asustada" de la posguerra, que pasó de salir con niñera de paseo a hacer interminables colas por el recionamiento, no ha perdido esa alegría que ayer reivindicó y no se cansó de repetir que estaba "inmensamente feliz", eso hizo que todos los asistentes se contagiaran y , según las crónicas, todos andaban con la sonrisa en la boca y se decía que muy pocas veces habían escuchado un discurso de agradecimiento tan bello.

Discurso que acabó con estas palabras que la retratan tan bien :

"me permito hacerles un ruego: si alguna vez se tropiezan con alguna historia o con alguna de las criaturas que trasmiten mis libros, por favor créanselas. Creánselas porque me las he inventado . Muchas gracias" y así acabó.

Esta mañana leí su intervención que me pareció tal como es ella, una mujer sensible, ocurrente y muy natural. Tuve la suerte de escucharla hace unos dos años en una charla informal en elAula de Cultura de la Caja de Ahorros. De verdad se me hizo cortísima su intervención, tan simpática y esponténea, sin atisbo de pedantería, algo a lo que en el mundillo literario no suele ser frecuente.

Detrás de las grandes bolsas debajo de sus enormes ojos, está ella, la niña a la que no quiere perder, pues sólo la llevaría a esta farsa del mundo adulto. Su risa y la ironía siempre a flor , la belleza que no ha perdido con los años, pues estos sólo la han hecho más elegante.

Tampoco lo es esa confesión de felicidad, ahora que andamos todos como con miedo de serlo, la inocencia casi infantil con que reclama que no ocultemos la alegría, que hay que disfrutar cuando se puede y que ella no quiere seguir esta moda de la pesadumbre, ahora que ve como su vida tuvo un sentido, la Literatura y que además se lo reconocen con el Premio.

Sufrir la terrible depresión que la llevó a no escribir -o no publicar nada- durante veinte años, estado que consiguió romper con "Olvidado Rey Gudú",la hizo aferrarse a la vida y no dejar paso a la tristeza, como una promesa que se hiciera a sí misma.

Cuando ingresó en la Real Academia de la Lengua Española tuvo que enfrentarse también a esos odiados discursos. Una de las pocas mujeres que han logrado entrar en la "docta institución" ahora acompañada por Soledad Puértolas que ayer estaba encantada con el discurso.
Los retratos y caracterización de sus personajes, especialmente de niños, están llenos de ternura y sensibilidad, sin cursilerías. De precisión y belleza en las frases, con una lengua rica en vocabulario , pero, sobre todo, de gran humanidad. No hemos vivido lo que sus personajes, pero lo sentimos como si así fuera. Sus "Historias de la Artámila" me conmovieron y su prosa no deja de hechizarme.

Con "Primera Memoria " la descubrí y me identifiqué.

Esta niña solitaria, como definió su infancia, me recuerda la mía : atrapada por algo que tampoco yo sabía que se llamaba Literatura y que me aislaba del mundo real llevándome a otros donde me sentía feliz.